viernes, 11 de octubre de 2024
El 27% del total de la producción europea sale de aguas españolas. Una cosecha de más de 300.000 toneladas anuales que le otorga el liderazgo en el continente.

Al cultivo nacional de peces, mariscos y algas le sobran razones para presumir. El 27% del total de la producción acuícola europea sale de aguas españolas. Una cosecha de más de 300.000 toneladas anuales otorga el liderazgo en el continente, que no es fruto de la suerte. Se trata de una combinación de factores, pero sobre todo es la suma del esfuerzo realizado por todas las mujeres y hombres de este sector.

España cuenta con un entorno excepcional para el desarrollo de esta actividad: 8.000 kilómetros de costa, nueve grandes ríos, un paisaje montañoso surcado por numerosos cauces fluviales y cuatro climas diferentes. Este escenario concede cierta ventaja, pero más allá de su geografía España guarda una tradición y un conocimiento acuícola de siglos. Ambos, junto con una labor de investigación que es referente en el mundo, han permitido al sector seguir avanzando y establecer empresas punteras en tecnología e innovación que generan empleo y riqueza. Con todo, se puede decir que la acuicultura española acaba de despegar. El potencial, como las expectativas, son máximas.

Uno de los países con más diversidad de especies
La heterogeneidad geográfica y el clima son clave a la hora de aportar una de las características que la diferencian del resto: una gran diversidad de especies. Frente a otros modelos que centran su cultivo casi exclusivamente en una variedad ⎯caso de Noruega y su salmón⎯ España es uno de los países que más especies cultiva. De aguas marinas y dulces salen lubinas, doradas, rodaballos, corvinas, lenguados, anguilas, atunes rojos, truchas y esturiones. Una auténtica riqueza en diversidad que también se debe (y mucho) a cómo se adaptan los organismos a los diversos sistemas de cultivos y al arduo trabajo de las personas que trabajan en el sector.

Cada día deben hacer frente a una buena gestión de la biología de las especies, desarrollar alimentos específicos para ellas, ir introduciendo la tecnología y, en definitiva, realizar una buena gestión empresarial. Todas estas especies cultivadas en España aportan un sabor y una frescura inigualables, por lo que no hay motivo para recurrir a la compra de un pescado importado cuando en tan solo 24-36 horas podemos tener en el plato un alimento nacional de calidad excepcional.

Una actividad que garantiza el acceso a una proteína decisiva y genera empleo
Más allá del interés gastronómico de los pescados de acuicultura española, es decisivo su impacto en la soberanía alimentaria, al garantizar el acceso de la población a una proteína animal necesaria y saludable. ¿Y si no existiera en España esta actividad que hace posible el acceso de toda la población a este alimento? Aurelio Ortega, Jefe de Acuicultura del Instituto Español de Oceanografía (IEO), se muestra rotundo ante tal hipótesis: “Dejarían de producirse más de 350.000 toneladas de alimentos, la mayoría de los cuales son consumidos en nuestro país”, explica. Y a ello se le sumarían unas graves consecuencias socioeconómicas, teniendo en cuenta que el sector acuícola aporta a la economía más de 500 millones de euros, además de contribuir a la generación de empleo y al desarrollo de las zonas costeras y fluviales. “Este supuesto escenario tendría consecuencias sociales gravísimas, ya que se destruirían más de 15.000 empleos directos y cerca de 40.000 indirectos”, confirma Aurelio Ortega.

Ciertamente son muchos los puestos de trabajo que dependen indirectamente de la acuicultura. Hablamos desde empresas dedicadas a la fabricación de alimento para los peces hasta las encargadas de su producción y comercialización, pasando por el personal de los laboratorios veterinarios y centros de investigación. Pero, sobre todo, es un sector que crea empleo en lugares en los que hay pocas oportunidades, ya que los establecimientos se concentran en zonas costeras y también rurales.

Aliada de la conservación y red Natura 2000
Pero todas las acepciones de la palabra sostenibilidad se ven beneficiadas. Por ejemplo, antes de poner en marcha una granja de acuicultura se realizan una serie de acciones para asegurar que cumple con las reglas medioambientales. Se diseña de forma que la instalación se adapte al entorno natural. El resultado es que la mayoría de la actividad acuícola española se desarrolla en enclaves protegidos de gran belleza, lo que convierte a la acuicultura en una aliada para la salvación y reproducción de determinadas especies de peces y moluscos de agua salada y dulce. Una prueba: de los 5.075 establecimientos de acuicultura marina y continental que operan en España, más del 5% se encuentran dentro de la Red Natura 2000, y prácticamente el resto están localizados en las proximidades de algún espacio incluido en esta red europea creada para asegurar la conservación de la biodiversidad.

Hay numerosos estudios científicos que corroboran que la acuicultura marina que se practica en muchas zonas del litoral actúa como foco de atracción y zona de alimentación de numerosas aves marinas, proporcionando un servicio ecológico relacionado directamente con el mantenimiento de especies protegidas. “Es el caso del paíño europeo, una especie de ave propia del Atlántico y del Mediterráneo que se beneficia de las instalaciones de acuicultura españolas, ya que estas contribuyen a su alimentación. Otros estudios han mostrado que la acuicultura sostenible que se desarrolla concretamente en el entorno de Doñana contribuye a aumentar la biodiversidad y a conservar las aves acuáticas”, cuenta Aurelio Ortega.

Una ardua labor de investigación detrás de cada cosecha
Como en otros sectores, gran parte de los avances técnicos que se han producido en la acuicultura han surgido gracias a la investigación y España es un referente en I+D+i en Europa. Para que nos hagamos una idea, entre1974 y 2020 los investigadores españoles publicaron 1.111 artículos, un volumen solo superado por EE UU, China, Noruega y Australia. Todo este conocimiento permite estudiar el ciclo de vida completo de los animales: el alimento; la calidad del agua; las fases de vigilancia y reglamentación, que comienzan incluso antes del cultivo del pescado y terminan cuando este llega a la mesa del consumidor… Gracias a todo este estricto y minucioso proceso, la trazabilidad de todos estos pescados es total. “Los consumidores queremos saber qué comemos, tanto por un tema de seguridad alimentaria y frescura, como por un tema de responsabilidad individual para contribuir a la sostenibilidad ambiental de las distintas actividades”, recuerda Aurelio Ortega. “Por ello hay que saber que la trazabilidad de la acuicultura no se limita al momento de la extracción y comercialización, como es el caso de la pesca extractiva responsable, sino que abarca toda la vida del pez”.

Fuente: El País

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