martes, 20 de mayo de 2025
La ruta 3 es escenario de protestas. Entre Km. 3 y el centro, los reclamos terminan afectando a los propios comodorenses. Foto: Archivo Crónica

En octubre de 1998, las estadísticas de desocupación muestran un recrudecimiento del problema en Comodoro: el índice es del 12,8 por ciento, el más alto de los últimos 3 años, superando incluso a la media nacional, algo que por última vez había ocurrido en 1992 y 1993, tras la privatización de Y.P.F.

Una vez más, los números se ven reflejados con mayor claridad en la realidad de todos los días: “Nuestros chicos no van a llegar a internet, si no tienen nada para echar a la panza, apenas van a aprender, con suerte, a sumar y a restar”, se escucha decir en una conmovedora asamblea de desocupados, en el barrio Quirno Costa. Los rostros, curtidos por el frío invernal y el aire afectado por la combustión de leña o kerosene (a veces, cubiertas o zapatillas viejas), escuchan con miradas brillosas. “Queremos una beca para poder estudiar, los hijos de desocupados también tenemos derecho a seguir una carrera”, reclama una chica, de nombre Marisa, que inicia un movimiento estudiantil de hijos de familias sin empleo.

El movimiento de desocupados surge espontáneamente en los barrios, va de boca en boca, hasta que los vecinalistas comienzan a organizarlo. “Vino una señora llorando por falta de trabajo. Nosotros no podemos darle un trabajo, pero le ayudamos a pelear: ahora convirtió su llanto en bronca y esa bronca, en esperanza”, dice el dirigente Carlos Vargas durante una manifestación en las calles céntricas.

Se mueven y piden gestiones a las autoridades: que vayan a la Capital, a buscar planes Trabajar, con sueldos de 300 pesos en lugar de 170, como se viene pagando hasta ahora. También gestionan para que no se les corten los servicios esenciales, como gas y luz, durante el tiempo que no pueden pagar por falta de empleo. No están en contra de los petroleros, pero se sienten discriminados por las gestiones que benefician a éstos con empleos transitorios y subsidios.

Los desocupados salen a la calle y protestan: 2.000 personas marchan por las calles céntricas el 16 de diciembre de 1998. Exigen que las autoridades gestionen obras públicas para la ciudad, para priorizar a la mano de obra desocupada. También denuncian cierto grado de discriminación, porque los gobernantes han mostrado excesivo celo en lograr planes laborales de emergencia para los petroleros que perdieron su trabajo por el precio del crudo, pero no así con los desocupados de otras actividades, según el planteo.

Los desocupados convocan a una marcha, el 22 de enero de 1999, a la que concurre una cantidad aproximada a las 4.000 personas. Las imágenes de ese día son impactantes: la marcha de los desocupados por las calles céntricas es observada por peatones y comerciantes desde las veredas, a los que los manifestantes invitan a sumarse: “No nos mire como si fuéramos de otro planeta, nosotros también tuvimos trabajo”, dice uno de los carteles. “Usted hoy tiene trabajo, tal vez mañana no”, se lee en otros. Algunas personas observan conmovidas los rostros de tristeza y de rabia de los manifestantes: matrimonios con pequeños hijos en brazos, mujeres solas, hombres fuertes que aún podrían dar su destreza al mercado de trabajo pero que están acá, marchando, para protestar porque el trabajo no se consigue. Quienes miran desde la vereda, no pueden impedir que una lágrima moje sus mejillas: la ciudad muestra la cara de la exclusión, están ahí, marchando por las calles quienes se quedaron sin nada, junto a algunos que aceptan acompañar, pese a que ellos aún tienen trabajo. Lo peor es que quienes miran desde la vere-da, no tienen la seguridad de que, mañana, no les tocará estar ahí, como protagonistas de la marcha y no como espectadores.

Al finalizar los años ’90, la ciudad encuentra un poco de alivio por la recuperación internacional del precio del crudo, por lo que han vuelto a trabajar muchos de los petroleros que habían perdido su empleo. Sin embargo, la desocupación sigue subiendo y castiga especialmente a los más jóvenes y a los mayores. Una prolongada recesión, iniciada en 1998, según las estimaciones de gerentes bancarios, afecta no sólo a los desocupados, sino también a comercios y pequeñas empresas, a partir de la caída en las ventas y la rotura en la cadena de pagos. Empresarios que piden créditos para pagar deudas; empleados que se presentan en los bancos para refinanciar elevadas deudas de tarjetas de crédito o deudas hipotecarias, son imágenes frecuentes comentadas por hombres de negocio locales.

 

Fragmento del libro “Crónicas del centenario”

 

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