
Más allá de alguna imprecisión conceptual, Silvia Ratto ilustra bien algunas de las iniquidades cometidas en el marco del sistema de entrega de raciones:
“Por ejemplo, en el pedido de los suministros solicitados por la comandancia del Fuerte a Buenos Aires se puede observar el implícito término desigual de intercambio. Así, se pedía para obsequiar a los indígenas el envío de ‘yerba averiada y de mala calidad de aquella que se deseche en los almacenes […] y aguardiente de la tierra el más inferior’ (Biedma 1905). Años más tarde se notificaba el ahorro que se había realizado en la entrega de aguardiente a los indios ya que ‘como [a los tehuelches] no les gusta el aguardiente demasiado fuerte’ se lo diluía en igual cantidad de agua”. (2002: 171-172).
Como se ve, en realidad no se trata de intercambio desigual sino de meros incumplimientos o abusos, cometidos por funcionarios gubernamentales contra los indígenas o, como plantea Musters, de proveedores e intermediarios contra los indígenas e incluso contra el propio Estado. Pero además, al bajar periódicamente a Patagones para cobrar sus raciones las distintas parcialidades indígenas aprovechaban la ocasión para colocar sus productos y para abastecerse de las mercaderías que necesitaban, por lo que muchas veces los bienes percibidos, tanto en concepto de raciones como por el intercambio comercial, se gastaban en la misma plaza. La sumatoria de estos intereses seguramente fue la causa que indujo a que pampas y tehuelches no sólo se abstuviesen de provocar un ataque que erradicase por completo a Patagones, sino que por el contrario se preocupasen, como acordaran con Sahyhueque en las Manzanas, en preservar al establecimiento frente a las amenazas de otras tribus.
Por otro lado, si aceptamos que los aborígenes, además de ser plenamente conscientes del valor relativo de los bienes que compraban y que vendían, eran como señala Musters,”grandes regateadores”, deberíamos cuestionar también la difusa imagen de pueblos indígenas caracterizados como esquilmados, estafados y robados como “si fueran unos idiotas”. En este punto se hace necesario reflexionar sobre el valor relativo asignado a las mercaderías por los distintos grupos sociales, de acuerdo con las condiciones y las percepciones imperantes en sus respectivos espacios, tanto desde el punto de vista simbólico como del económico. Mientras que los almaceneros maragatos poseían mercaderías europeas consideradas bienes escasos y valiosos por los indígenas, las caravanas pampas, tehuelches y de otros grupos indígenas competían entre sí en la oferta de algunos de sus principales productos, como plumas, cueros y pieles de animales patagónicos. Es necesario, desde esta perspectiva, reflexionar sobre el rol que cada uno de estos grupos jugaron en sus relaciones con los otros, tanto blancos como indígenas, considerándolos no como meros objetos sino como sujetos de su propia historia, particularmente en un espacio fronterizo multiétnico tan complejo como el conformado en torno a Patagones.
Finalmente, luego de pasar revista a los circuitos que pampas y tehuelches realizaban por el interior y las fronteras del espacio pampino-patagónico, intermediando comercialmente por medio de la triangulación entre diversos puntos de sus fronteras como Punta Arenas, el Estrecho, la Isla Pavón, Las Manzanas y Patagones, pensamos que estos intermediarios indígenas no debían ser en absoluto ajenos al concepto de ganancia, no hesitando en aplicar precios más altos por los productos que vendían que los que ellos habían pagado. Claro que si resulta difícil conocer acabadamente los precios relativos del intercambio comercial desarrollado entre blancos e indígenas en plazas como Patagones o Punta Arenas, la dificultad se acrecienta al tratarse de intercambios mantenidos entre los diversos grupos indígenas. En este escenario, la apertura de un nuevo punto de intercambio en el valle del Chubut, zona en la que convergían los territorios de pampas y tehuelches, podría representar para ambos pueblos una nueva alternativa para explorar la posibilidad de comerciar en mejores condiciones que las que les ofrecía Patagones.
Fragmento del libro “Chupat-Camwy, Patagonia” de Marcelo Gavirati