El 24 de septiembre de 1888, a solo tres días de haber comenzado la primavera de ese año, moría en el museo de la ciudad de la Plata el Cacique Modesto Inacayal. Había sido llevado prisionero muy lejos de su tierra y en aquel frio lugar nada sucedía según los ciclos ni los ritos que él había aprendido desde niño. Allí ya nada importaba que fuera invierno o primavera, porque la nostalgia de sus lares lo había convertido en un ser taciturno.
“Yo cacique en mi tierra, huincas robar mi tierra. Matar mi gente, y robar mis caballos”, dicen que repetía Inacayal por los pasillos del museo.
Según los dichos del arqueólogo Alberto Rex González, uno de los estudiosos que defendió desde el comienzo la entrega a su pueblo del esqueleto del cacique, “a principios de siglo el cacique Inacayal y otro capitanejos fueron llevados vivos al museo donde se los alojaba para que dieran informaciones sobre su pueblo a los etnógrafos y los antropólogos”.
El cautiverio de los jefes aborígenes recibió el repudio de muchos argentinos sensibles y principalmente de los estudiosos más destacados. En los escrito de Don Clemente Onelli aparecen no pocas referencias a este desgraciado acontecimiento y de la situación humillantes que habría significado para los aborígenes vivir en el museo, en el que además de ser informantes, “desempeñaron las tareas más humildes, las más simples” –según sus dichos.
A mediados de la década de 1880, los caciques manzaneros Inacayal y Foyel con sus tribus, estaban asentados en el valle de Tecka que se encuentra a unos cien kilómetros de lo que hoy es la ciudad de Esquel. Fueron desplazados de allí por las tropas. Incayal junto con otros líderes se presentó ante las autoridades del Regimiento VII de Caballería a lo que ellos suponían era para celebrar un pacto de convivencia. La realidad fue muy distinta y todos fueron apresados y llevados a Buenos Aires. El perito Francisco Moreno intercedió por ellos en gratitud por la ayuda que había recibido durante sus viajes exploratorios a Rio Negro y Chubut.
Pero Incayal guardaba un secreto ancestral que desde tiempos inmemoriales había sido trasmitido de generación en generación sin sufrir alteraciones de ninguna especie.
De eso tenía noticias el Perito Moreno y quizás haya sido este el principal motivo que lo llevo a gestionar ante el gobierno nacional el permiso para tener bajo su custodia al legendario cacique. De esta manera fue que Incayal se convirtió en su huésped en el Museo de Ciencias Naturales de La Plata.
Allí permaneció hasta el día de su muerte y allí quedaron sus restos hasta que en 1994, ante los reiterados reclamos del Centro Indio Mapuche Tehuelche de nuestra provincia, los restos del Cacique Incayal fueron finalmente devueltos.
En el museo aún se conservan los cráneos de los caciques Brujo, Baigorrita y al gran Calfulcura.
La rendición de las lanzas
El general Wintter, por entonces gobernador de la Patagonia, mando en 1884 a ejecutar un duro ataque contra las tribus de Inacayal y Sayhueque. Ante tal circunstancia los principales jefes aborígenes se reunieron en un gran parlamento y trataron de organizarse para poder defenderse, algunos ya se habían rendido, tal el caso del Namuncura, que agobiado por la persecución y las sucesivas bajas resolvió entregarse junto a muchos de sus hombres.
A pesar de estar provistos de armas de fuego, los parlamentados que habían resuelto dar batalla hasta morir, se vieron en su mayoría obligados a rendirse, la diferencia entre ellos y las tropas regulares era abismal y finalmente fueron presas de la derrota. Sayhueque, uno de los más aguerridos de aquellos jefes, se rinde el 1 de enero de 1885 con más de 3000 hombres.
Muchos indígenas murieron en combate y los restantes libraron la última batalla el 18 de octubre de 1884: aquel día, Inacayal y Foyel se enfrentaron al teniente Insay y más tarde también cayeron prisioneros. Junto con sus hermanos, mujeres e hijos, fueron llevados, en 1886 a vivir al Museo de la Plata.
La muerte de Incayal narrada por Clemente Onelli
Y un día, cuando el sol poniente teñía de purpura el majestuoso propileo de aquel edificio (…..), sostenido por dos indios, apareció Incayal allá arriba, en la escalera monumental; se arrancó la ropa, la del invasor de su patria, desnudo su torso dorado como mental corintio, hizo un ademan al sol, otro larguísimo hacia el sur; hablo palabras desconocidas y, en el crepúsculo, la sombra agobiada de ese viejo señor de la tierra se desvaneció como la rápida evocación de un mundo. Esa misma noche, Incayal moría, quizás contento de que el vencedor le hubiese permitido saludar al sol de su patria”. Fue el 24 de septiembre de 1888.