domingo, 23 de marzo de 2025
Don Antonio Reynahuel

Don Antonio vino de Neuquén buscando trabajo y tierras para poblar, llegó al Valle de El Maitén. Se ignora si trabajó en la Cía. Inglesa. Para 1910 ya se había instalado en la “cordillera” del paraje Fitirihuin con sus animales: ovejas, bueyes y yeguarizos. Se casó con Doña Marcelina CALFUPÁN, integrante de una de las familias que llegaron a Cushamen junto con el Cacique Miguel “Ñancuche” NAHUELQUIR en 1900. Construyeron, y hasta hoy permanece, su casa en ese lugar alto y frío, donde aún están en pie los álamos que plantaran. En un espacio en el mismo año, 1914, nacieron sus dos primeras hijas. Ambos hablaban la lengua «Mapuche», pero nunca permitieron a sus hijos escucharla o aprenderla, lo que unido a la prohibición por parte de la Escuela de hablar la lengua primitiva dentro de sus aulas, provocó que ninguno de sus hijos pudiera aprender esta lengua.

Como organizador de caravanas de carros -llegó a tener unos veinte carros, cada uno con dos yuntas de bueyes- con los que llevaba los productos del campo: cueros, crines, plumas, lana, pelo… hasta el Puerto de San Antonio para cambiarlos por azúcar, yerba, telas, zapatos, caramelos… pero nunca dinero. Se cuenta que se sumaban a la caravana carros de Epuyén y por muchos meses, una vez al año, estaban en la huella. Con el tiempo el trayecto se acortó hasta la ciudad de Ing. Jacobacci. Aún hoy, sus hijos recuerdan las bolsas de zapatos que traía y, al que le andaba le andaba, y basta».

Para conseguir la preciada sal organizaba otra tropa hasta las Salinas del paraje «El Molle» en Chubut, y traía carros con sal, tanto para el consumo, como para los animales y las chacras y para el revoque de la pared “chorizo”. Ninguno de los hijos supo, ni los entrevistados, por qué le ponían sal a los sembrados de alfalfa y a las tierras.

Hombre trabajador al igual que su esposa, construyeron también aquí, una casa con la ayuda de Don Artidoro ROSAS, realizada con vigas de ciprés, caña colihue, adobe mezclado con sal, blanqueada a la cal y con techo de tejuelas. Lo novedoso en la construcción era un arroyito que permanentemente pasaba por debajo del comedor de piso de madera colgado, para moderar el frío y el calor. Todo el altillo de la casa estaba destinado a las habitaciones de su numerosa familia y además de los propios, adoptaron uno y criaron varios otros.

Para ingresar a la casa se debía pasar por debajo de un «palomar» artísticamente trabajado en madera y colocado sobre cuatro pilares de ciprés canteado. Por temor a que se derrumbe, actualmente está posado en el suelo. Las palomas se fueron cuando se alejó de la casa la hermana mayor, Celestina, hasta esta fecha, ha sido el único palomar de la historia del lugar.

Marcelina Calfunpán

Doña Marcelina era la “partera” y “huesera” de ese tiempo y muchas veces fue reclamada desde las localidades de Epuyén y Cushamen, a donde marchaba a caballo para atender los partos y quebraduras. Su labor de partera fue posteriormente compartida con Don Ismael ALVARADO quien arribó al paraje en 1921. Es recordada; además, por la calidad de sus a telar, su hilado y los bordados que hizo y que enseñó a sus hijas herederas de esas cualidades. La limpieza y la blancura de la ropa que lucían sus hijos e hijas era ejemplar. Tenían una «lavandería», apartada de la casa, en cuyo centro se hacía el fogón y se calentaba el agua grandes latones y ahí, otra riqueza estructural en el techo donde un desnivel en la cumbrera, permite – hasta hoy- la salida del humo. La pileta era de un tronco ahuecado, largo, como de tres metros, que desagotaba al arroyo inmediato. El calor del fogón central permite usar esa construcción como leñera y taller.

Al fallecer Doña Marcelina en 1940 y al año siguiente Don Antonio, quedan todos los hijos con «Celeste», la hija mayor. A cargo de sus campos y hacienda quedó uno de sus yernos. Nadie estaba capacitado por la edad para manejar bienes, animales y sembrados, así es que, al cumplir la mayoría de edad la hija menor, en 1960, poco quedaba de la herencia paterna gastada en los «Ramos Generales» donde se entregaba el interés anual del campo, siempre en disminución, a trueque y algo de plata, si se rogaba bastante a los acopiadores.

Sólo vive en el lugar uno de los hijos solteros, Jabino, que conserva la edificación primitiva y a veces permite el ingreso del turismo para observar ese patrimonio. Iris Dolly está definitivamente radicada en Buenos Aires.

Fragmente del libro “El Maitén, su historia y su poblamiento”

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