viernes, 1 de diciembre de 2023

Durante la angustiosa búsqueda del Titán, el sumergible que realizaba un viaje de exploración a los restos del Titanic y cuyos cinco pasajeros fueron dados por muertos el viernes, se han publicado multitud de noticias sobre los submarinos más importantes de la historia. Por ejemplo, los inventados por el doctor Payerne (1844), Wilhelm Bauer (1850) o Lodner Phillips (1851) con fines tanto militares como científicos. El ingeniero catalán Narciso Monturiol construyó su Ictíneo II en 1859, que probó en el puerto de Barcelona propulsado por dos personas y que nunca llegó a alcanzar la potencia necesaria como para contrarrestar las corrientes marinas.

Mucho antes que todas estas creaciones pioneras, sin embargo, hubo un sumergible del que poca gente se acuerda hoy: el construido por Cornelius Drebbel en 1620. Todo un hito que se anticipó más de dos siglos al invento de Monturiol, que erróneamente es considerado el primer submarino de la historia. El inventor holandés, por supuesto, ni se imaginaba que su artefacto movido por remos evolucionaría, cuatrocientos años después, en un mastodonte de hierro como fue el famoso modelo Typhoon, de 48.000 toneladas, 174 metros de longitud y capacidad para 160 personas.

A pesar de ello, la creación de Drebbel fue importantísima porque sirvió de base para crear los modelos futuros. Cuando puso en marcha su idea a principios del siglo XVII, sus compatriotas creyeron que estaba haciendo magia, pero él estaba convencido de que aquella nave con capacidad para viajar por debajo del agua cambiaría el desarrollo de las guerras modernas… y no se equivocó. Para ella, no obstante, tuvo que superar numerosas problemas difíciles de calibrar en aquella época pretérita, tal y como explican Walter Lewin y Warren Goldstein en ‘Por amor a la física’ (Penguin Random House, 2012):

Submarino de Cornelius Drebbel

«Para valorar el logro de ingeniería que supone un submarino, pensemos en uno que está a 10 metros de profundidad. Supongamos también que la presión en el interior es de una atmósfera. Si tenemos en cuenta que la presión hidrostática, la que marca la diferencia de presión entre el exterior y el interior del submarino, es de unas 10 toneladas por metro cuadrado, se puede ver que, incluso, un submarino pequeño ha de ser muy sólido para sumergirse a solo 10 metros. Esto es lo que hace que sea tan asombroso el logro del señor Cornelius Drebbel».

Media tonelada de presión
El diseño consistía en un barco de madera con un techo del mismo material, todo forrado con cuero engrasado. Cuando declaró que este sería capaz de llevar a 12 remeros y 20 pasajeros, sumergirse hasta los 20 pies (más de seis metros), permanecer debajo del agua varias horas y recorrer hasta diez kilómetros sin salir a la superficie, fue tomado por loco. Fue entonces cuando anunció que lo demostraría en el Támesis. Tras una serie de modificaciones del primer prototipo, el Rey Jacobo I de Inglaterra y miles de sus súbditos acudieron a la ribera del río londinense en 1621, con el objetivo de comprobar con sus propios ojos lo que parecía un milagro.

«Solo consiguió que funcionase a unos cinco metros de profundidad, pero aún así tuvo que hacer frente a una presión hidrostática de media tonelada. ¡Y eso que el submarino estaba hecho de cuero y madera!», advertían Lewin y Goldstein en su libro sobre este primer modelo construido con remos, que salían de huecos sellados con cuero a los lados y estaba cubierto por un techo completamente cerrado. Ante la atenta mirada de la multitud congregada en las orillas del Támesis, el bote se hundió. Y allí permanecieron, en el fondo del agua. A la media hora, los aristócratas que acompañaban al Rey de Inglaterra pensaron que los remeros se habían ahogado, pero tres horas después, para su asombro, reaparecieron con toda la tripulación sana y salva.

Las crónicas de la época explicaban que el submarino contaba con unos tubos unidos a unos bidones, que hacían las veces de flotador, para que la nave no se hundiera hasta el fondo y permaneciera a unos cinco o seis metros de profundidad. Cuando regresaron a la superficie, tanto los pasajeros como los remeros contaron que habían estado en el fondo del río por un rato y que hasta habían remado hacia adelante y atrás a su antojo. Toda una hazaña que los informes de la época elogiaron así: «No es difícil imaginar la utilidad de este invento en tiempos de guerra. Las naves enemigas ancladas podrían ser atacadas en secreto y hundidas inesperadamente usando un ariete».

Impresionar al Rey
Drebbel esperaba impresionar al Rey Jacobo y que este le encargara varios de sus submarinos, pero no cautivó lo suficiente ni a l monarca ni a sus almirantes. El sumergible, por lo tanto, nunca llegó a utilizarse en la guerra y cayó en el olvido, a pesar de su evidente valor como obra de ingeniería. Es, quizá, la más importante de todas las que realizó el inventor holandés a lo largo de su vida, pero no la única. De hecho, sus inventos fueron usados y elogiados por figuras tan importantes como Galileo Galilei, Johannes Kepler y Robert Boyle.

Drebbel había nacido en 1572 en la ciudad de Alkmaar y empezó a inventar cosas desde su adolescencia, cuando se enamoró de la química. En los primeros años del siglo XVII, viviendo en la ciudad de Middelburg, aprendió a fabricar lentes del lugar y construyó un microscopio que fueron la base de los que utilizador después científicos como Galileo y Hooke.

En 1606 fue invitado por Jacobo I a trabajar en la Corte, donde creó maravillas ópticas, como la cámara obscura, que usó para hacer trucos como cambiar instantáneamente el color de su ropa. Cinco años después de probar su submarino, comenzó a trabajar para la armada de Carlos I, haciendo explosivos y armas incendiarias. A pesar de su éxito, él mismo también empezó a caer en el olvido y fue, finalmente, despedido. Pronto cayó en la pobreza, aunque es posible que aquello no le importara.

«Vive como un filósofo y sólo está interesado en sus observaciones; desprecia todas las cosas de este mundo junto con sus grandes hombres, y prefiere saludar a un pobre que a alguien de buena posición. Drebbel se comporta como una persona simple e ignorante. Cuando le preguntan si puede hacer esto o aquello, dice que no. Sólo muestra su personalidad real a las personas que considera inteligentes o a las que desean serlo», contaba otra de las crónicas de aquellos años. Murió en 1633.

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