
La empresa empezó a trabajar en 1927 a cargo de los cuatro hermanos Paredes: se llamó entonces La Rápida, y transportaba pasajeros y encomiendas hasta Ing. Jacobacci; en ese año, Antonio González habría instalado, según otras informaciones, el primer surtidor de combustibles en Esquel. Los caminos en la zona eran huellas de carros, había que vadear ríos y recorrer caminos difíciles. Los automóviles que circulaban eran de varias marcas, importados, pero reforzados en Esquel para aguantar el maltrato de los caminos. Esos “colectivos” empezaron siendo automóviles; los colectivos llegaron en la época del 40. También se hacían viajes por Tecka, Gobernador Costa y José de San Martin hasta Nueva Lubecka.
Con mucho sacrificio se podía cumplir con los requerimientos de la gente. Se llegaba como se podía; si era invierno, para hacer un viaje hasta Ing. Jacobacci se tardaba antes una semana; con el transporte automotor se empezó a reducir a uno o dos días.
María de Nassif recuerda que en Jacobacci esperaban con ansiedad el vehículo de La Rápida que llegaba desde Esquel, anunciado por una polvareda lejana. Los Hnos. Paredes llevaban consigo palas, picotas, herramientas, un inflador grande, de bronce, para reparar neumáticos destrozados por las piedras de los caminos de entonces. Destaca la solidaridad y el afecto de la empresa por encima del aspecto comercial de la misma.
Varios vecinos adquirían camiones para realizar diversos trayectos. Tomás Larrinaga, compró algunos camiones marca Internacional que hacían todo el recorrido por las estancias, en distintas direcciones. En su libro “Inmigrantes en la Patagonia”, Julián Ripa menciona el trabajo de Tomás Larrinaga, camionero al cual le dedica un capítulo. Dice que Larrinaga hacía maravillas en los ásperos caminos entre Esquel y Jacobacci, pasando por Cushamen.
Garzonio no deja de evocar a los casi legendarios Hnos. Paredes. Comenta que recogían a la gente en la casa, y hacían el transporte hasta las puntas de rieles, en un principio a Jacobacci. “Eran gente muy trabajadora y noble. También hacían la línea sur. Incluso llevaban cartas de gente alejada y hasta pobladores que debían salir de la ruta para encontrarse con familiares”.
Comenta que Héctor Paredes iba al sur y Pocholín al norte; coincide con Marcelino en el recuerdo de quien se hizo famoso por su dedicación a las carreras de automóviles. Luego pusieron venta de combustible pero su primer trabajo fue con La Rápida. Tenían sus coches para vadear arroyos, sabían cómo recorres las huellas difíciles de entonces. “Los Paredes siempre llegaban”. Tenían varios Dodge, “…una marca muy acreditada entonces, autos que vendía La Anónima. Llevaban latas de combustible de veinte litros, nafta, querosén, alcohol para las lámparas de iluminación, y luego la población más pobre las desarmaba para acondicionar sus casas; por ejemplo, el barrio de las latas era el oficialmente llamado Hyde Park. Esas latas venían en los carretones.
También Celestino Beatove comenta que los primeros camiones aparecieron a partir de fines del ’30, con los caminos que se hicieron en la época de Justo. Caminos de tierra y ripio, con huellas y permanentes vadeos de arroyos y ríos. Recuerda con cariño a los Paredes, por su dedicación. Había otro transporte, de los Tizot. Cuenta la anécdota de su suegra que llegó en otoño de 1934 por tren a Jacobacci “…y sube al transporte de los Paredes para venir a Esquel, con los hijos bien ataviados pero recién cuando empezó el viaje comprendió la realidad del itinerario.”
A mediados de los años ’30, otro vecino, Don Ramón de Miguel, de Trevelín, se incluyó en la lista de pioneros del transporte de pasajeros. Francisco Garrido, comerciante hotelero de Esquel y tío de Don Ramón, le cedió un coche viejo, un “…Ford modelo 14, a bigote. Lo arreglamos, y con ese auto yo hacía viajes entre Trevelin y Esquel. Viajes especiales, claro, no era una línea regular. Íbamos un día y volvíamos al otro, pero con lo que cobraba por viaje, tres o cuatro pesos, me alcanzaba para pagar el hotel allá (en Esquel) y jugar al billar un rato.”
El interlocutor en la nota periodística es Randall Rowlands y las anécdotas fueron editadas por el Diario “El Oeste” en una edición homenaje al Centenario de la llegada de Fontana al valle. Allí Don Ramón cuenta que un día de crudo invierno, tras una fuerte helada, debió hacer bajar a los pasajeros porque el motor se había quebrado por el hielo y estaba todo bañado en aceite. Luego agrega: “Ya como transporte de línea, empecé alrededor del año 40 pero no con ómnibus sino con autos, junto con Don Francisco Winter, que tenía el suyo. Creo que fue en el 43 que compré el primer ómnibus (el pullman, como le decíamos entonces); era para 14 pasajeros, con carrocería de madera. Winter también compró uno, y a veces éramos socios y otras veces no. Aquello sí que era sacrificado. Cuando había creciente, en invierno, procurábamos que uno de los ómnibus estuviera de este lado del corte del camino, y el otro, del otro lado. Así, salíamos de acá (de Trevelin) hasta donde se podía; ahí estaba el otro ómnibus; los pasajeros se bajaban de uno, cruzaban el arroyo sobre las hebras del alambrado y subían al otro ómnibus.”
Sobre la dureza del trabajo, De Miguel aporta otra anécdota: quedarse encajado en el arroyo uno de los vehículos y tardar toda una jornada en sacarlo con bueyes. “Por supuesto, que los pasajeros ya se habían ido a Esquel a pie hacía rato.”
Esquel… del telégrafo al pavimento