Frente al mar en km 3, el 8 de octubre de 1915, la Escuela Nacional N° 2 abre sus puertas para atender a los hijos de los petroleros del yacimiento petrolífero.
En el acto de inauguración está su directora, Cleoniz de Parisoto, su marido Domingo, el maestro Isidro Quiroga; funciona en el edificio de piedra donde, hasta hace poco estaba la Administración del yacimiento.
A partir de 1922 es conocida como la Escuela de Y.P.F., a fines de 1923 asume la dirección Isidro Quiroga, hace falta una dirección fuerte para hacer frente al plan de ‘argentinización’ en que está empeñada la empresa petrolera, ya lo dice el administrador local Alonso Baldrich cuando reclama ayuda, el 30 de septiembre de 1923, al presidente del Consejo Nacional de Educación: “Si algún punto del país reclama imperiosamente su argentinización, es la Patagonia y, especialmente Comodoro Rivadavia donde predominan elementos extranjeros aventados con sus sedimentos de amarguras de sus tierras de origen. Y tal misión incumbe a la escuela (…) tal es el caso de la N° 2 a la cual concurren los hijos de esos obreros, en su mayoría extranjeros, a los que deben inculcárseles sentimientos afectivos y patrióticos”.(1)
No hay dudas, los chicos no conocen el idioma ni la importancia de las fechas patrias argentinas, para eso está la escuela y ellos son los encargados de ‘enseñar’ a sus padres lo que aprenden allí.
Los chicos ypefianos también reciben beneficios. En la década del 30 tienen transporte escolar que los lleva desde la casa a la escuela, también al cine y a los picnics.
La escuela de Y.P.F mantiene su denominación de Nacional N° 2 hasta 1969; de ahí hasta 1978 recibe la designación de Escuela Nacional de Frontera N° 1; cuando se provincializan las escuelas recibe el número N° 146.
Las escuelas de los campamentos
Y.P.F impulsa la creación de escuelas en los campamentos y así nace la Escuela Nacional N° 91, en Valle C, creada el 9 de diciembre de 1925, su maestra y directora es Gabina del Carmen de Magallanes. La matricula aumenta y su marido se convierte en maestro.
Más adelante se crean las escuelas de los campamentos Cañadón Perdido, El Trébol, Escalante… todas dependen administrativamente de la Escuela de Km 3, y la mayoría de sus maestras son catamarqueñas.
El 25 de agosto de 1920 una nueva escuela convoca a los chicos, esta vez son los hijos de los ferroviarios que viven en Km 5, hasta entonces los chicos tenían que caminar hasta Km 3. Es la Escuela Nacional N° 37, su directora es Margarita Galetto de Abad, y da clases a los niños en un local cedido por el ferrocarril. Esta escuela recibirá la denominación de N° 111, cuando pasa a dependencia provincial.
La escuela de la playa y la de arriba
Los chicos de Km 8 tienen escuela desde el 12 de abril de 1922, Enrique Moll es designado director y maestro, ese año inscribe 27 niños. Es la Escuela N° 50. La Compañía Ferrocarrilera de Petróleo ofrece un local de madera y chapa próxima a la playa, y durante muchos años recibe el mote de “la escuela de la playa”. Tiene un salón para clases y vivienda para el director que se instala con su madre.
Moll atiende a los alumnos de primero a cuarto grado y, aunque con cierta dificultad, también dicta las clases de educación física. Su madre colabora y se encarga de las clases de manualidades y labores. “Moll era un hombre muy grande y rengo, era soltero y vino con su mamá. Cuando percibía la burla de los chicos se ponía muy nervioso. Tenía un Ford T, él iba en el auto y nosotros teníamos que ir marchando a su lado hasta llegar a la playa donde hacíamos ejercicios físicos. Si los chicos se portaban mal les pegaba con el puntero en la cabeza o en la palma de la mano, a los muchachos le tiraba de las patillas”, recordará María Viegas ex alumna de la escuela.
La cantidad de chicos que se inscriben obliga a buscar un nuevo local, la empresa petrolera cede un local más amplio que los chicos denominan “la escuela de arriba”.
En 1932 Moll es reemplazado por su hermana Sofía Moll de Milton, quien impulsó la aplicación del método Dalton. Este novedoso método consiste en la integración de los temas que aprenden los chicos en distintas materias. Quince años aplicando este método le permite una excelencia académica que beneficia a las niñas ingresar al colegio María Auxiliadora sin rendir examen de ingreso.
Esta escuela, recibe la denominación N° 126 cuando pasa a la administración provincial.
Aprender el idioma
Estas escuelas además de darles a los chicos las herramientas de las ciencias, la lengua y la matemática se erigen como importantes centros culturales que les permiten, a ellos y a sus padres, la apropiación en primer lugar, del idioma.
Otilia Holub tiene tres años en octubre de 1924 cuando viene con sus padres que se instalan en Km 5. Tres años después ingresa a la escuela N° 37, “los vecinos y los amigos todos hablaban checo, con mi hermana nos pusimos en el trabajo de buscar las palabras en castellano que correspondían con las checas pero aprendimos recién en la escuela, cualquier duda que tenía le preguntaba a la maestra, había muchos chicos como nosotros pero una vez que entraban en la escuela dejaban de hablar el idioma de los padres”.
Los chicos y chicas tienen que superar las bromas de sus compañeros, Ewald Flagel viene de Alemania, donde ya cursó algunos grados, su papá lo anota en el colegio Miguel Rúa, “desde primer grado a tercero nos atendía un solo maestro, a mi me ponen en primero porque no sabía el idioma”, pero como sabía bien matemática a fin de año está en tercer grado, “pero después fui persona no grata en el colegio, pero no era mi culpa, los compañeros me enseñaban malas palabras para saludar a los maestros, yo las repetía”.
Elizabeth también es alemana, ella va a la escuela de Astra, “ya era grande, casi no hablaba castellano, la maestra le explicaba a los chicos y les decía que me expliquen a mí”.
A los que llegan después, cuando en la Comodoro Rivadavia ya hay colegio secundario, les pasa lo mismo, Jorge viene de Grecia después de aprobar la escuela primaria, “yo no hablaba una palabra de castellano y me mandaron a una maestra para aprender a escribir y hablar el idioma ¡cómo me costó!. Tuve que recursar el último grado de la primaria”.
Así las escuelas le dieron a los chicos mucho más que números y oraciones.
Extraído del libro “Crónicas del Centenario” editado por Diario Crónica en 2001