sábado, 27 de julio de 2024
“El último tambor del Ejército Unido tiene más honor que Ud.”. Con estas duras palabras, en vísperas de la batalla de Maipú San Martín expulsó de su ejército al general francés Michel Sylvestre Brayer. O por lo menos así lo afirmó San Martín. Meses después acusó a Brayer de cobardía e ineptitud y lo responsabilizó por los desastres de Talcahuano y Cancha Rayada. Nuestros historiadores han aceptado sin cuestionamiento las acusaciones de San Martín y los historiadores franceses en general no se han atrevido a defender a uno de los suyos frente a acusaciones tan terminantes (o quizás ni se han enterado de la disputa)
Una carrera militar excelente y fiel hombre de Napoleón hasta el final de su vida.
Tras los “100 días”. Se refugia en los Estados Unidos. Y ahí comienza un camino que lo lleva a Sudamérica.
El exilio en América
Tiempo después , Brayer apareció en Baltimore. Curiosamente su presencia en esa ciudad no fue detectada por los espías de Inglaterra, Francia y España, quienes tenían a todos los bonapartistas exiliados bajo estricta vigilancia. Siendo masón de alto grado quizás recibió la protección de los “hermanos” de Baltimore . Meses después Brayer conoció al chileno José Miguel Carrera, quien en esos momentos acordaba con el mariscal Emmanuel Grouchy y con el general Bertrand Clausel, un plan para libertar a todas las colonias españolas en Sudamérica. Con la ayuda de ambos, y probablemente también de José Bonaparte, Carrera consiguió fletar cinco buques y reclutar más de treinta veteranos del Ejército imperial. Tanto Grouchy como Clausel planeaban viajar a Buenos Aires y participar en la campaña, pero esperaban ser invitados, o mejor dicho contratados oficialmente por el gobierno revolucionario. Menos preocupado con estas formalidades, o quizás para evitar que fuera detectada su presencia en Baltimore, Brayer decidió embarcarse con Carrera como un simple particular. Para entonces, un tribunal en Francia lo había condenado a muerte en contumacia.
Brayer y Carrera desembarcaron en Buenos Aires a principios de febrero de 1817, pocas semanas antes de que se tuvieran noticias de la victoria de Chacabuco. Carrera ofreció al gobierno los buques de su expedición para libertar al Perú, pero San Martín no quiso aceptarlos porque no quería verse obligado a cumplir las condiciones que aquel había acordado en EE.UU. y juzgó más prudente obtenerlos en Inglaterra. En respuesta a esta oferta, y a pesar de que no habían cometido crimen alguno, el gobierno ordenó el arresto de Carrera y sus dos hermanos. Brayer probablemente no tenía muy claro cuáles eran las diferencias entre las facciones que se disputaban el poder en Buenos Aires y Santiago y, obviamente, tenía su propia agenda. Se presentó a Juan Martín de Pueyrredón y ofreció sus servicios, que fueron aceptados. Para entonces varios veteranos de Napoleón se habían incorporado en el Ejército de los Andes y algunos, como Ambrosio Cramer, habían tenido una actuación distinguida en la batalla de Chacabuco. La incorporación de tantos oficiales franceses al ejército patriota fue reportada con preocupación por el comodoro Bowles, jefe de la estación naval británica en el Río de la Plata.
Apenas llegado a Chile, Brayer participó en el combate de Carampangue y también dirigió las tropas que asaltaron y lograron rendir la plaza de Arauco. Nadie se quejó de su actuación en esta ocasión, pero al poco tiempo de regresar a Santiago para hacerse cargo de las funciones de jefe de Estado Mayor comenzaron a levantarse sospechas a su alrededor que no tenían nada que ver con sus talentos militares. A principios de agosto se descubrió en Chile un complot organizado por José Miguel Carrera y sus hermanos para derrocar a O’Higgins y San Martín. Uno de los complotados confesó que el plan de Carrera, que había escapado a Montevideo, era entregar el mando supremo del ejército a Brayer, dejar a su hermano Luis como presidente interino de Chile y volver a los Estados Unidos para organizar una expedición naval para atacar a Perú junto con el mariscal Grouchy y otros oficiales bonapartistas cuyos gastos en Sudamérica serían pagados por el propio José Bonaparte . O’Higgins fue advertido de que “los franceses todos eran de ellos” y que “Brayer sería el jefe del ejército y Manuel Rodríguez había de entrar al mando del Estado”.
San Martín no perdió tiempo en tomar medidas para neutralizar este complot. El gobierno de Mendoza recibió órdenes estrictas de no dejar cruzar los Andes a ningún extranjero, “especialmente franceses”. Luis y Juan José Carrera, que intentaban entrar subrepticiamente a Chile, fueron arrestados antes de cruzar la cordillera. Rodríguez fue separado del ejército y deportado a Mendoza. O’Higgins aplaudió calurosamente las medidas tomadas por San Martín. “Hace Ud. muy bien en separar a Manuel Rodríguez… acabe Ud. de un golpe con los díscolos, la menor contemplación la atribuirán a debilidad”. Semanas más tarde insistió que “un ejemplar castigo y pronto es el único remedio que puede cortar tan grave mal; desaparezcan de entre nosotros los tres inicuos Carrera, júzgueseles y mueran, pues lo merecen más que los mayores enemigos de América”. La razzia se extendió a varios oficiales franceses y estadounidenses sospechosos de ser simpatizantes de Carrera. Entre ellos Cramer, héroe de Chacabuco e íntimo amigo de Rodríguez, que fue separado del ejército sin corte marcial. O’Higgins también echó de su ejército al capitán Drouet y ordenó su regreso a Santiago “por insubordinado e incapaz de servir entre nosotros”. Aparentemente el oficial francés había intentado convencer a Las Heras de sublevarse.
La vinculación de Brayer con Carrera y la mención de su nombre como posible reemplazante de San Martín, sugieren que su alejamiento de Santiago tuvo algo que ver con este fallido complot. Las reformas que quiso imponer en el ejército de O’Higgins no contribuyeron a aumentar su popularidad. Como afirmaría George Beauchef en sus memorias, Brayer hacía todo “con la mejor intención y sin pretensión”, pero el campo de acción “era muy estrecho para un teniente general francés”. Entre los que más se le opusieron estaba James Paroissien, cirujano mayor del ejército y jefe de los hospitales militares. Paroissien, que había llegado a Buenos Aires como espía inglés, se había convertido en uno de los principales confidentes de San Martín. Brayer lo consideraba un “vampiro asqueroso” y criticó severamente su poco clara administración del ejército que según Beauchef era “muy poco favorable al pobre soldado; pero en cambio, muy lucrativa para él” . Pero además de reformas, Brayer demostró que era hombre de acción, ya que al mando de tropas de caballería tuvo algunos encuentros con los realistas de los que salió airoso.
A principios de diciembre, O’Higgins juzgó que “esa miserable guarnición [Talcahuano] estaba en las últimas agonías” y ordenó a Brayer que la tomara por asalto. Como siempre sucede, con la derrota comenzaron los reproches. Primero se acusó a Brayer de equivocarse al concentrar todos sus esfuerzos en reducir al “Morro”, el punto más fuerte de los realistas, pero no está tan claro que haya sido el autor exclusivo de este plan. Menos claro es que haya sido él quien sugirió atacar contra las sugerencias de O’Higgins. El plan de ataque a Talcahuano venía siendo consensuado con San Martín desde el mes de mayo, cuando comenzó el sitio. En aquel entonces, O’Higgins propuso el mismo plan que se utilizó el 6 de diciembre. El director supremo Pueyrredón, con quien San Martín discutió este plan en varias cartas, también había recomendado atacar el “Morro”. Y tres días antes del ataque, O’Higgins escribió a San Martín: “Mañana tendré reunido todo el ejército en el término expresado y habrá llegado el correo de esa, y si él no me dice cosa alguna que diga contra mi disposición, ataco por mar con nuestras lanchas a la cañonera que defienden el tránsito a las baterías y por tierra por diferentes puntos que después sabrá Ud. por no fiarlo ahora a la incertidumbre de los caminos”. Esta misiva sugiere que O’Higgins esperaba que San Martín aprobara sus disposiciones antes de atacar Talcahuano. Además, como bien señala Zapiola en sus Memorias, el ataque se acometió con su aprobación y bajo sus órdenes. También es obvio que como comandante en jefe del ejército sitiador, era a O’Higgins a quien le cabía la responsabilidad por el diseño del plan y no a su jefe de estado mayor.
Es más difícil deslindar responsabilidades con respecto a la dirección del ataque. ¿Qué es lo que verdaderamente sucedió? La respuesta merece mucho más espacio del que disponemos aquí. Basta señalar que como en casi todas las operaciones militares de la historia, las versiones son múltiples y contradictorias. En su Exposición, Brayer no quiso entrar en detalles respecto de las causas de la derrota y sólo observó que sus disposiciones “no fueron cumplidas”. A primera vista, parecería que uno de sus errores fue poner la principal columna de ataque bajo el mando de su compatriota Beauchef, lo que obviamente no pudo más que ofender a los oficiales chilenos y argentinos. Pero sí nos atenemos al testimonio de aquél, incluso esta decisión fue sugerida por el mismo O’Higgins. En cuanto al ataque en sí, Beauchef afirmó haber penetrado en el recinto del “Morro”, pero fue gravemente herido y tuvo que regresar al campamento por lo cual fue reemplazado por otro oficial. A partir de entonces el ataque perdió vigor, los realistas contraatacaron y al poco tiempo los patriotas escucharon la señal de retirada.
Aunque luego lo acusó de ser un tímido espectador y de haber trazado un plan de ataque “desgraciado”, en su parte de batalla, O’Higgins destacó que “desde el principio de la campaña y en esta brillante acción” Brayer había dado “evidentes pruebas de su actividad y pericia militar” . Pero el general francés no tardó en darse cuenta de que sería el chivo expiatorio. “Será sobre mí quien caerá todo lo odioso de tan triste resultado”, así se lo manifestó a Beauchef días después. Tenía razón. Pronto comenzaron las críticas. A Las Heras y otros oficiales se les escuchó decir que el día de la avanzada Brayer debía “haberse aproximado a la columna de ataque”. Éste reaccionó y dijo que el ataque de Beauchef había “sido brillante” y si quien lo había reemplazado cuando cayó herido hubiera cumplido con su deber, la plaza habría sido tomada. En una carta a San Martín, Brayer responsabilizó directamente a Las Heras por haber ordenado tocar la retirada “en el momento mismo que el general en jefe ordenó en ataque del campo santo del Cura, último golpe que debía recibir al enemigo. Entonces, las tropas se replegaron a su campo. Talcahuano debía ser nuestro”. Según Beauchef, al responder de esta manera, Brayer cometió un error, ya que “hirió así muchos amores propios y eso le acarreó muchos enemigos”.
Las Heras obviamente reaccionó y en carta a O’Higgins aseguró que el general francés había “padecido una completa equivocación”, ya que Beauchef nunca había penetrado el “Morro” y “siendo por la cortadura el punto de ataque, la única parte por donde se debía pasar, nadie a pesar de los esfuerzos que se hicieron pudo conseguirlo”. Brayer no debía haber dado “importancia a fanfarronadas de algunos soldados” y no se había manejado “con la rectitud e imparcialidad que debía”. Sin embargo, Las Heras no adjudicó entonces la derrota a un plan de ataque equivocado. “Yo he mandado este ataque que por difícil no pudo conseguirse en el todo” . Lamentablemente nunca se instruyó un sumario, por lo que es difícil dilucidar lo que verdaderamente ocurrió.
En cuanto a que durante el combate Brayer se mantuvo como mero espectador y se tiró “de panza al piso” al escuchar el silbido de una bala de cañón, es una acusación absolutamente inverosímil dada su experiencia militar y sus múltiples heridas . De cualquier manera, la derrota de Talcahuano y la disputa con Las Heras, presagiaban un futuro incierto para el general francés.
La conexión con Santa Elena
Sin que Brayer lo supiera, otras amenazas mucho más peligrosas se cernían sobre su cabeza. Cinco meses antes, el embajador francés en Washington había descubierto la existencia de una expedición para rescatar a Napoleón de Santa Elena, que era parte de un vasto complot para crear un nuevo imperio bonapartista en las colonias españolas en América. La operación era supuestamente financiada por José Bonaparte, quien vivía exiliado en Nueva Jersey, y contaba con el apoyo y participación de Brayer y de otros generales franceses exiliados en los Estados Unidos. El plan consistía en reunir todas las fuerzas navales y militares en la isla de Fernando de Noroña en las costas de Pernambuco –punto más cercano a Santa Elena en Sudamérica– y desde allí lanzar la expedición para rescatar al ilustre prisionero, que, una vez liberado, sería llevado a algún punto de Sudamérica. Según la información con que contaba el gobierno francés, Brayer había planeado este proyecto antes de partir hacia Buenos Aires y “había prometido enviar al punto de reunión los oficiales franceses bajo sus órdenes”.
Dada la conexión con Pernambuco (donde en marzo de 1817 estalló una revolución), esta información fue transmitida al cónsul francés en Río de Janeiro, quien recibió órdenes de mantenerse alerta y reportar la presencia de cualquier oficial bonapartista en Brasil, especialmente la del general Brayer. Esta advertencia fue oportuna y permitió a las autoridades portuguesas arrestar a varios veteranos de Napoleón identificados en Estados Unidos como partícipes del plan de rescate. Uno de ellos confesó que, efectivamente, José Bonaparte los había enviado a Pernambuco para organizar la liberación de su hermano. La noticia corrió como reguero de pólvora entre el cuerpo diplomático. El cónsul inglés en Río de Janeiro Henry Chamberlain, alertó inmediatamente a Sir Hudson Lowe, a cargo de la custodia de Napoleón, quien inmediatamente reforzó todas las defensas de Santa Elena. Rumores de que Brayer era uno de los franceses arrestados en Pernambuco pronto llegaron a oídos de Napoleón.
Sabiendo que Brayer se encontraba sirviendo en el ejército patriota, Chamberlain también envió un despacho urgente a la estación naval británica en Buenos Aires. Como el comodoro Bowles se hallaba entonces en las costas de Chile, quien recibió el mensaje fue el capitán Alexander Renton Sharpe, quien había quedado apostado en el Río de la Plata. La advertencia era bien clara: “El general Brayer, actualmente en el servicio del gobierno de Buenos Aires, es el líder a quien los agentes subordinados obedecen y de quien recibirán las órdenes cuando estén listas todas las preparaciones”. El capitán inglés aseguró que mantendría “una estricta vigilancia” sobre los movimientos de Brayer y otros franceses e informaría cualquier novedad. Luego mandó despachos urgentes al Comodoro Bowles, al Almirante Plampin, a cargo de la estación naval en Santa Elena, y al secretario del Almirantazgo en Londres comunicándoles los detalles del plan para rescatar a Napoleón, cuyo “principal protagonista” era Brayer.
Bowles recién recibió el mensaje a fines de enero de 1818, pocos días antes de una importante reunión con San Martín. El comodoro inglés, que actuaba como los ojos y oídos del Foreign Office en Sudamérica, había conocido al Libertador en Buenos Aires en 1813 y en anteriores reportes lo había identificado como un “amigo” de Inglaterra. La relación entre ambos se había profundizado en los últimos meses, ya que San Martín quería que el gobierno inglés actuara como mediador en la guerra con España y había comunicado sus deseos a través de Bowles.
Durante la reunión que mantuvieron, San Martín aprovechó para comunicar al marino inglés sus ideas sobre como resolver el tema de las colonias españolas, que tanta preocupación causaba en las cortes europeas. En opinión del Libertador, la intervención extranjera y la forma de gobierno monárquica eran absolutamente necesarias para componer a estos países díscolos. Su propuesta consistía en establecer monarquías en los distintos virreinatos españoles encabezadas por príncipes de las principales dinastías del Viejo Continente. Los Borbones de Francia podrían coronar a uno de sus príncipes en Buenos Aires, e Inglaterra, por quien San Martín tenía especial simpatía, tendría el bocado más apetecible, ya que un príncipe de la familia real inglesa podría ser coronado en Santiago o en Lima. Como incentivo adicional, San Martín ofrecía al gobierno inglés ventajas comerciales y la posesión de la isla de Chiloé y el puerto de Valdivia, para que sirviera de base en el Pacífico para la Royal Navy. Y para que Fernando VII aceptara semejante propuesta, proponía que España se quedara con México como premio consuelo y recibiera indemnizaciones del resto de las colonias. Bowles no solo tomó notas detalladas sino que luego se las leyó a San Martín para confirmar que reflejaban fielmente sus puntos de vista.
Luego le tocó a Bowles sorprender a su interlocutor con las noticias de Río de Janeiro. No sabemos exactamente qué contestó San Martín, pero en un despacho a su gobierno el comodoro inglés explicó que la falta de oficiales con experiencia lo había obligado a emplear a Brayer y a cierto número de oficiales franceses, “pero varias oportunidades se han presentado para alertarlo de sus intrigas, y habiendo detectado recientemente un complot contra su vida en él que muchos de ellos se hallaban involucrados, los está sacando y separando del ejército tan rápido como es posible y ya no poseen actualmente influencia alguna”.
De Talca a Cancha Rayada
Luego de esta entrevista, San Martín marchó a reunirse con O’Higgins, que marchaba con Brayer desde Concepción. El 11 de marzo de 1818, con todas las divisiones de su ejército reunidas, San Martín inició las operaciones contra los realistas y puso a Brayer al mando de la caballería. Curioso nombramiento, teniendo en cuenta que no tenía buena opinión de él, que sabía que su reputación entre la oficialidad se había resentido luego de Talcahuano y además que la caballería era el arma esencial con que contaba para derrotar a los realistas. Además le había asegurado a Bowles que ni el general francés, ni los oficiales que lo habían acompañado, tenían influencia alguna en el ejército. Según Brayer, el 13 de marzo marchó todo el ejército en busca del enemigo y al día siguiente, San Martín le quitó el mando de la caballería y le dejó solamente las funciones de mayor general.
Este es un punto de vital importancia. ¿Hasta cuándo tuvo Brayer el mando de la caballería? ¿Ignoró órdenes superiores de sostener a Freyre el 16 de marzo como luego afirmó San Martín? ¿Malogró un reconocimiento de la caballería el 19? Lamentablemente nunca sabremos la verdad ya que la evidencia es contradictoria. O’Higgins afirmó que el 16 de marzo Brayer tuvo su primer “ensayo” con la caballería . Manuel Olazábal afirmó que el reconocimiento del 19 fue efectuado por Balcarce, pero según Pueyrredón, fue Brayer quien lo hizo “fuese que el general en jefe no quedó contento de la operación, o alguna otra causa, ese día el general Balcarce tomó el mando de la caballería” . El testimonio de los oficiales adictos a San Martín irónicamente refuerza la versión del general francés: “Todo el ejército sabe muy bien que Brayer no es hombre de ataques y mucho menos de ataques de caballería”. Entonces ¿por qué San Martín le daría el mando de la caballería, arma clave para la victoria? Un sumario o una corte marcial habría ayudado a dilucidar esta cuestión, pero curiosamente nunca tuvo lugar.
Ignoremos por un momento el tema de las fechas. Luego de quitarle a Brayer el mando de la caballería, San Martín lo dejó como mayor general. Esta decisión no parece tener mucho sentido, ya que ocho meses antes el Libertador había enviado al general francés al ejército del Sud porque se había convencido “de que no era capaz de desempeñar las funciones de mayor general” . No hay razones para pensar que su opinión había mejorado desde entonces sino todo lo contrario. Además, el cargo de jefe de estado mayor es de vital importancia en cualquier ejército. Quien ocupa esta posición debe gozar de toda la confianza del comandante en jefe y del respeto de la oficialidad y de las tropas. Resulta más creíble la versión de Brayer, según quien después de Talcahuano sus funciones “fueron solamente aparentes” y que era un “oficial general sin mando, mayor general sin autoridad” sin “título ni misión alguna”.
En la madrugada del 20 de marzo de 1818 tuvo lugar el desastre de Cancha Rayada y nuevamente la culpa recayó sobre Brayer. “Como es sabido,” observó mordazmente Zapiola en sus memorias, “en estas desgracias siempre se busca a quién echar la culpa, y ¿quién más a propósito para este caso que un extranjero, y, a más de esto, carrerino? Brayer, pues, fue el autor exclusivo de uno de los más grandes descalabros que sufrió nuestro ejército en la Guerra de la Independencia” . ¿Pero quién tomó las disposiciones –guardias, avanzadas, etc.- ese día, San Martín o Brayer? Beauchef, que no estuvo presente, afirmó que los realistas sorprendieron al ejército porque se ignoraron “imprudentemente” las recomendaciones de Brayer . El general Miller, que si estuvo, ni siquiera menciona al general francés en su descripción de la batalla. El propio Pueyrredón, siempre crítico de Brayer, en esta ocasión tampoco lo menciona. “Preciso es confesarlo; la formación en que se hallaba el ejército no podía ser peor ni prestarse más a una sorpresa… la confianza era excesiva” . Mitre, que pocos elogios tiene para Brayer, criticó duramente las disposiciones tomadas por San Martín en Cancha Rayada, mientras el historiador chileno Francisco Encina, lo acusó de perder “en los primeros momentos el control de sus nervios”.
Aun si Brayer no fue responsable de Cancha Rayada, pesa sobre él otra acusación igualmente seria: la de que, temeroso de caer prisionero, a la mañana siguiente huyó a Santiago. Lo que no queda claro es si se ausentó con licencia del comandante en jefe o sin ella. La deserción en esas circunstancias hubiera merecido la pena de muerte. Por otra parte, Brayer tampoco dijo la verdad cuando afirmó que se retiró “muy enfermo”, ya que recorrió las casi 50 leguas que lo separaban de la capital en poco más de un día. No es este el ritmo de marcha de un convaleciente.
Lo que sí está fuera de discusión es que a los dos días del desastre de Cancha Rayada, Manuel Rodríguez, que ya había sido separado del ejército por ser íntimo amigo y partidario de Carrera, se presentó al Cabildo de Santiago diciendo que el ejército de San Martín había “sido sorprendido y derrotado tan completamente que en ninguna parte se hallaban esa noche cien hombres reunidos alrededor de sus banderas”, y luego Brayer confirmó estas noticias con “desalentadores acentos”. Como consecuencia, Rodríguez fue elegido para liderar un nuevo gobierno provisional y levantó un cuerpo de milicias compuesto por simpatizantes de Carrera. Se trató en esencia de un golpe de estado en contra de San Martín y O’Higgins al que Brayer apoyó abierta y decididamente . Pero fue un golpe de corta vida, ya que al poco tiempo San Martín se presentó en Santiago con una división del ejército que había salido intacta de Cancha Rayada y retomó el control de la situación.
La represión de la facción carrerina no se hizo esperar y fue brutal. Rodríguez fue puesto en prisión y deportado, pero en camino a Valparaíso fue asesinado por su escolta, mientras que Juan José y Luis Carrera fueron ejecutados en Mendoza por orden, o al menos la anuencia, de San Martín. Brayer tuvo mejor suerte, ya que sólo fue separado del ejército y sin mando ni función alguna se retiró a los baños de la Colina a recuperarse de una vieja herida. Curiosamente no se le inició un sumario militar a pesar de que si la mitad de las acusaciones en su contra eran ciertas habría merecido las más severas penas. Giuseppe Rondizzoni, otro veterano de Napoleón que que se había batido valientemente al frente de su batallón en Cancha Rayada y que acompañó a Brayer a Santiago, también fue expulsado de las filas patriotas al igual que otros oficiales franceses.
Brayer y los planes monárquicos de San Martín para Sudamérica
Es aquí necesario hacer un paréntesis. Uno de los aspectos de esta saga que raramente se resaltan es la preocupación que la presencia de Brayer en Sudamérica había causado en Europa, especialmente en Francia. Habían pasado sólo tres años de la batalla de Waterloo y la sombra de Napoleón se extendía ominosamente sobre el continente europeo. El régimen borbónico había sido sacudido por varios complots bonapartistas y constantes rumores de planes para rescatar al prisionero de Santa Elena lo mantenían en un estado de alerta permanente. Como observó a fines de 1818 un ardiente defensor de la monarquía francesa, si Napoleón lograba escapar a América, “su simple mirada sobre el océano sería suficiente para trastornar a los pueblos del Viejo Mundo”.
Desde el momento que supo que José Bonaparte estaba libre en Estados Unidos, el gobierno de Luis XVIII sospechó que intentaría rescatar a su hermano y establecer un nuevo imperio bonapartista en las colonias españolas.
Emilio Ocampo (versión original publicada en Todo es Historia, febrero 2006)
Por Miguel Ángel Martínez
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