
Estaba ubicada en la calle 28 de Julio al 70. Los encargados era la familia Santamaría. La atención de la misma fue una “dinastía”; primero atendía la señora de Santamaría, doña Petra Vargas, luego su hija Ángela, después Elena y por último Trinidad.
La parte exterior de la casa a dos aguas, era de chapa acanalada. La habitación donde estaba el “conmutador” daba sobre la calle, pero estaba conectada con las demás habitaciones, es decir que cuando no había llamada era desatendida, pero cuando sonaba la “chicharra” atendía cualquiera de ellos, siempre con “gentileza” pueblera. Los teléfonos tenían una particularidad, uno daba manija, luego levantaba el tubo y decía con quien quería comunicarse. Pero aquí viene lo novedoso, pocos abonados conocían o decían el número con el que quería hablar, era más fácil decirle con qué comercio o familia deseaban comunicarse. Igualmente doña Petra y sus hijas sabían todos los números telefónicos de memoria.
Cuando llamaban de larga distancia a alguien que no tenía teléfono, le pedían por la ventana, que siempre estaba abierta, a cualquiera que pasaba, que le avise a “fulano” que dentro de una hora venga que “zutano” lo iba a llamar.
Para los abonados no era sorpresa cuando se comunicaban que le respondieran de la Central, “no está en Madryn”, o “está de vacaciones”, o “no está en la casa”. Si era un requerimiento importante uno podía decírselo a ellos que luego se encargaban de retransmitirlo al interesado. Si, a veces, uno no tenía dinero, o se excedía hablando desde la cabina, que estaba en esa misma habitación, después se lo alcanzaba. Y si se demoraba mucho para lograr la comunicación podías aceptar la invitación de algunos matecitos.
Hermenegildo Santamaría tenía el apodo de “Majo”, este le quedó porque cuando llegaron a Madryn desde España, visitó un hogar donde había un niño que hacía poco había nacido y dijo que lindo “majo”, como lo decían en el pueblo de él en España. Era más bien petiso y gordito. Cuando se enredaba algún barrilete o se rompía algún cable, le avisaban y salía de su casa con una larga caña al hombro haciendo el recorrido “a pata”, “puteando” durante el trayecto y amenazando, con justa razón, a todos los chicos que encontraba porque rompían los aisladores con la “gomera” y eso complicaba todo porque había que llevar y usar una escalera muy larga para cambiarlos.
Creo, con seguridad, que la familia Santamaría brindó un servicio importante a la comunidad.

Fragmento del libro “Nostálgico Puerto Madryn”, de Pancho Sanabra