
La estrategia de poder que manejaba en las primeras décadas del siglo XX, le permitió a la Compañía usurpar parte de las tierras de los pobladores de la comunidad y de otros crianceros que se asentaban en sus inmediaciones; inventando denuncias contra ellos, e incluso contra bolicheros que podían competirle en sus ventas. También les permitió someter y contar de su lado a las autoridades locales, como Policías y Jueces de Paz.
En este sentido hay una variada documentación que permite analizar la relación de los administradores con los funcionarios del Estado.
Tanto Carlos Hackett como más tarde su sucesor Charly Mackinnon, aprovechaban su influencia y las visitas de las comisiones oficiales que se alojaban en las estancias de la Compañía, sobre todo en Leleque, para solicitar el cerramiento de caminos vecinales y evitar así la entrada y “el robo” de hacienda de los supuestos intrusos. También para solicitar la instalación de fuerzas de seguridad en campos donados por la Compañía, y poder controlar de cerca la situación a su favor ya que quedaban bajo su efectivo comando, así como para revertir y “cajonear” denuncias de pobladores en contra suyo.
Las fuerzas de “seguridad”
Es el caso de La Policía Fronteriza comandada por el austriaco Mateo Gebhard (1911), que cometió todo tipo de abusos y fue denunciada por crímenes y vejámenes, no sólo a supuestos “bandoleros”, sino a familias de crianceros y a peones que dedicados al pastoreo o la caza “molestaban” a los terratenientes. Hay una abundante documentación que denuncia abusos a mujeres, castigos con palos sables y todo tipo de vejámenes. Una de estas denuncias la realizó el propio cacique Nahuelquir en 1912, quien fue agredido junto a su esposa, por el personal policial de Ñorquincó, que actuó en la ocasión en total estado de ebriedad.
Sin dudas, la “Fronteriza” además de tener un nutrido prontuario de delitos, funcionaba como el brazo armado del capital concentrado en la región, y de las élites políticas regionales. Era una maquinaria represiva puesta en funcionamiento para limpiar la zona de pobladores “indeseables”, según la lógica y los intereses de los poderosos. Como apunta Clemente Dumrauf, actuaban “exigiendo a todas las personas que transitaban por la zona bajo su control, los documentos de identidad, boleto de marcas de sus haciendas y guías de los animales que conducían, y si no podían comprobar su propiedad eran detenidas y secuestrados los animales”.
Estas eran las formas de encauzar la explotación laboral y el control social de la mano de obra por parte de los terratenientes y su brazo armado de las fuerzas policiales, en un proceso de continuidad con las campañas militares de fines del siglo XIX.
El comercio en la zona
A todo esto hay que sumarle que en manos de La Compañía también estaba la comercialización local, a través de la instalación de grandes almacenes de Ramos Generales que proveían de mercaderías y elementos de trabajo a la población en general, y a los trabajadores de la empresa en particular, a partir de lo cual quedaban “conchabados” por deudas.
No olvidemos que los sueldos eran muy bajos en toda la región, y por eso, y por las agotadoras jornadas laborales, es que se produjeron las grandes huelgas de peones rurales en Santa Cruz (1919-1920), que repercutieron en todo el territorio patagónico.
Esto también afectó a las estancias inglesas, según se puede leer en la propia correspondencia de los administradores. Sueldos bajos y deudas de artículos de primera necesidad con los propios almacenes de la Compañía, generaron niveles de vulnerabilidad extrema en las condiciones de vida de los trabajadores rurales.
Esta carta de 1919 del Gerente a su superior en Londres, es una muestra de la importancia y el alcance del stock de estos almacenes; uno en Estancia Maitén y otro en Estancia Leleque:
“Hacketta Moss, Lel. 26.1.19.- Necesidad de licencias para: Maitén (tienda, mercería, zapatería, talabartería, acopio de frutos), Leleque (mercería, zapatería, talabartería, acopio de frutos). Hay rubros que ya estaban: Almacén, ropería, ferretería, tabaco, drogas y específicos. Suprimimos armería, joyería, perfumería. Tenemos tabaco y medicinas de cuando había franquicia; ¿hace falta estampillarlos con el Impuesto Interno? En tal caso, el valor para tabaco y cigarrillos sería para Leleque, $1.644, 6°”.
“Lelek Aike, del destierro a la comunidad”, de Liliana E. Pérez