En 1986, un año antes de saltar por el hueco de las escaleras de su casa en Turín y quitarse la vida, Primo Levi le revelaba a Ferdinando Camon que, durante el tiempo que pasó en Auschwitz, se le repetía una pesadilla a diario: «Soñaba que regresaba a Italia, que volvía con mi familia, que contaba lo ocurrido y que nadie me escuchaba. El que estaba delante de mí se daba la vuelta y se iba. Les conté este sueño a mis amigos del campo de concentración y me dijeron: ‘A nosotros también nos pasa’. Y lo mismo se lo he escuchado, exactamente igual, a otros supervivientes que escribieron sus memorias».
Aquel sueño recurrente se hizo realidad cuando el Ejército soviético liberó Auschwitz el 27 de enero de 1945. Levi se convirtió entonces en uno de los 125.000 prisioneros (el 10%) que salió con vida de aquella «máquina perfecta de aniquilación», según sus propias palabras, donde fueron asesinados delante de sus ojos 1,2 millones de personas. «Escribí de ello porque sentía la necesidad de hacerlo. Si me pide que vaya más allá y averigüe de dónde provenía esa necesidad, no sabría qué decirle. Tuve la impresión de que equivalía a tumbarme en el sofá de Freud. Sentía una necesidad tan abrumadora de contarlo todo que al principio me puse a hacerlo en voz alta», le contó a Camon.
En aquellas conversaciones entre el escritor judío y el periodista italiano –reeditadas ahora, tras décadas desaparecidas, con el título de ‘Si existe Auschwitz, no puede existir Dios’ (Altamarea)– Levi confirmaba: «La pesadilla de Auschwitz permaneció dentro de mí. Mientras escribía ‘Si esto es un hombre’, entre diciembre de 1945 y enero de 1947, no estaba convencido de que fuera a publicarse. Quería hacer cuatro o cinco copias y dárselas a mi novia y a mis amigos. Mi escritura era una forma de contárselo a ellos. La intención de dejar un testimonio publicado vino después, la primera necesidad era solo liberarme, algo terapéutico».
El propio Camon recuerda hoy con frustración que esa primera obra maestra que convirtió a Levi en un testigo irremplazable del horror nazi fue rechazada durante años. Y eso que quien la leyó y descartó primero en la editorial Einaudi fue otra escritora judía que «debió sentir en los testimonios de Levi, seguramente, el mismo ultraje que ella sufrió durante la guerra». Ese año, poco después de finalizar los Juicios de Núremberg, salió, y con dificultades, una modesta edición de 2.000 ejemplares realizada a partir de un informe técnico encargado por los aliados, sobre la liberación del campo, que pasó completamente inadvertida.
La pesadilla
La pesadilla de Levi continuaba: querer contar lo vivido y no ser escuchado. «Muchos piensan que se convirtió en escritor gracias a Auschwitz, que sin su paso por el campo de exterminio hubiera sido un mero químico, pero yo estoy convencido de que habría sido escritor igualmente. Los alemanes encarcelaron a un escritor en potencia, que luego se convirtió en un escritor real, el más importante del siglo XX», asegura Camon a ABC, a sus 95 años, antes de que el 27 de enero se celebre el Día Internacional en Memoria de las Víctimas del Holocausto.
Camon sintió esa «intensa hostilidad en Europa» hacia el testimonio del autor judío cuando este todavía no se había suicidado en extrañas circunstancias. Primero escribió a su traductor germano para que lo publicara en Alemania y la respuesta fue: «Ya lo he propuesto, pero lo han rechazado». Después lo intentó con su traductor ruso, profesor de la Universidad de Moscú, que contestó: «La Asociación de Escritores Soviéticos dice que Levi es un mentiroso, que el campo de concentración no era ese lugar de sufrimiento y resignación de los prisioneros, sino el lugar donde se produjo una heroica resistencia del proletariado cautivo».
Como víctima, el autor judío nunca compartió esa visión, tal y como dejó claro en sus conversaciones con Ferdinando Camon: «Salir vivo de Auschwitz no es una cuestión de fuerzas, sino de suerte. No puedes derrotar a un campo de concentración con tus propias fuerzas. Tuve suerte por ser químico, por haber conocido dentro a un albañil que me dio de comer, por haber superado la dificultad del lenguaje, algo que siempre reivindico, y porque tampoco me puse enfermo. Bueno, solo una vez, y al final. En eso también fue suerte, porque evité que me evacuaran a Mauthausen o Birkenau. Todos los demás, los sanos, murieron todos».
Hundidos y salvados
En ‘Si esto es un hombre’, Levi los dividió a todos los prisioneros de Auschwitz en dos categorías muy poco alentadoras, que nada tienen que ver con la resistencia: los ‘hundidos’, incapaces de aferrarse a la vida pues eran enviados a la cámara de gas nada más ingresar en el campo, y los ‘salvados’, que aún siendo privados de toda humanidad y esperanza, sobrevivían un par de meses. El destino de los niños era parecido: la mayoría iba igualmente a la cámara de gas y los restantes, al centro de experimentos mortales de Josef Mengele, el conocido como ‘Ángel de la muerte’.
La prueba más amarga de ese rechazo a publicar a Levi la vivió Camon con Claude Gallimard, el célebre editor de sus propias obras en Francia e hijo del fundador del imperio literario Gallimard. En numerosas ocasiones le aconsejó que publicase ‘Los hundidos y los salvados’, el último libro de la trilogía sobre Auschwitz que Levi terminó de escribir pocos meses antes de quitarse la vida, cuando ya era mundialmente conocido. La respuesta, sin embargo, fue la misma: «Ferdinando, es que no nos gusta».
Levi todavía no había sido traducido todavía al francés. En 1958, Einaudi había accedido por fin a publicar una segunda edición en condiciones de ‘Si esto es un hombre’, pero tampoco tuvo repercusión. El éxito le llegó finalmente en 1963, con ‘La Tregua’, el segundo título de la citada trilogía, con el que ganó el Premio Campiello, uno de los más importantes de las letras italianas. Fue entonces, casi dos décadas después de salir de Auschwitz, cuando se convirtió en un superventas y fue aupado como uno de los testimonios de mayor alcance sobre el Holocausto en todo el mundo.
Fuente: ABC