viernes, 12 de julio de 2024

Un 17 de julio, hace 179 años, en la ciudad de San Miguel de Tucumán, nació Julio Argentino Roca. Hacedor de grandes cambios que se convertirían, años más tarde, en la piedra fundacional de la Argentina moderna.

Militar, estratega, máximo referente de la Generación del 80 y hombre influyente de la política, a sus 37 años y ya consolidado como líder, Julio Argentino Roca asume por primera vez el máximo cargo de la política en 1880: se convierte en Presidente de la Nación después de una exitosa gestión como Ministro de Guerra del Presidente Nicolás Avellaneda.

Asumió su primera gestión bajo el lema “Paz y Administración”; una suerte de plan de gobierno de donde se desprendían una serie de reformas a llevar a cabo en el mediano y largo plazo. Estas reformas incluían leyes cruciales como la la Ley de educación universal, obligatoria, gratuita y laica (Ley 1420); la Ley 1130 de unificación de la moneda nacional (atándola al oro y, creando así, el sistema monetario argentino); la profesionalización del Ejército; la firma de tratados de libre comercio; la resolución de disputas históricas con países limítrofes; la modernización de puertos con infraestructura de punta; la construcción del Hotel de Inmigrantes; la sanción del Código del Trabajo; la construcción de ferrocarriles y la creación del Registro Civil, llevaron a la Argentina a convertirse en una potencia no solo económica, sino también cultural, fácilmente envidiable por el resto del mundo.

El legado del Presidente Roca es enorme y, en cualquier país normal, sobraría con todo lo que hizo para ser considerado un prócer. Lejos de ser un país normal, la figura de Julio Argentino Roca es, injustamente, una de las más cuestionadas por una falsa élite intelectual que pretende tener influencia en el curso de la historia argentina con relatos mentirosos.

Se creó un “adoctrinamiento perfecto” con la complicidad de medios estatales, referentes de la cultura, periodistas, escritores y algunos historiadores.

Esta suerte de adoctrinamiento perfecto, que combina elementos históricos (tergiversados si no inventados), elementos culturales (la banalización de nuestros símbolos patrios y la falta de respeto por nuestros próceres) con elementos sociales (el profundo resentimiento de ciertos sectores de izquierda, que persisten en dar batallas que perdieron hace décadas), es la nueva disputa del progresismo cultural del siglo XXI donde con la bandera de la “corrección política” intentan arrasar con la historia y esencia de una Nación.

Corrieron malas interpretaciones, lecturas a medias, intencionalidades políticas, oportunismos, resentimientos y se reciclaron términos obsoletos, propios del revisionismo histórico que busca mirar con la lente del presente, hechos del pasado para someterlos a un tribunal ético imaginario.

Primero empezaron con el eslabón más fácil de la cadena: los colegios. No tardaron en aparecer maestras que bajaban línea en las clases de historia. Siguieron con los terciarios y las universidades. Después probaron suerte lanzando un nuevo billete de cien pesos que opacara el ya existente con la cara de Roca.

Siguieron cooptando algunos espacios en los medios afines y documentales, hasta que llegaron a la punta de la pirámide; los mismos que le pusieron Néstor Kirchner a calles, avenidas, centros culturales y museos quisieron borrar (con poco éxito) cualquier rastro de Julio Argentino Roca de la vía pública. No lograron –todavía– desmantelar el ferrocarril que Perón, por algún motivo desconocido (o quizás olvidado) por el mismo peronismo, bautizó con su nombre.

Pero hay una buena noticia; ninguno de estos intentos tuvo un efecto real. Todo lo contrario; sin darse cuenta, crearon un movimiento inédito en tiempos de redes sociales, ansiedad y comunicación on demand: Julio Argentino Roca probablemente sea de los pocos personajes de la historia que es defendido por ciudadanos de a pie casi doscientos años después de su nacimiento, con total vigencia.

Hoy existen agrupaciones jóvenes con su nombre y foros en internet que lo reivindican.

Esta suerte de “resistencia ciudadana” repudia en las redes, informa en los medios, se organiza en la calle, vota en consultas populares y participa en encuestas porque no quiere que el progresismo gane otra batalla cultural.

Dos casos concretos:

El primero, en la Municipalidad de Bahía Blanca, que el año pasado propuso cambiarle el nombre al Parque Campaña del Desierto a través de una encuesta en redes sociales. Para sorpresa de los organizadores la propuesta más votada fue Julio Argentino Roca.

Segundo caso: hace unos meses, un grupo de amigos de un colegio de Mendoza que vacacionaba en la ciudad de Rio Negro se encontró con la estatua de Roca vandalizada, pintada y con una bolsa de residuos tapándole la cabeza simulando un ahorcamiento. La respuesta fue inmediata; se pusieron a limpiar el monumento con sus propias manos y vieron cómo, en poco tiempo, se armó una convocatoria espontánea de gente que se sumaba.

En una constante pelea entre el papel que se gano legítimamente en la historia y el que le asigna esa falsa élite intelectual, que mancha con mentiras los libros de historia, que edita los programas escolares al calor de las modas del momento y fogonea desde cualquier espacio una campaña de desprestigio, Julio Argentino Roca contó con más suerte que la mayoría de los próceres de nuestro país y la vida le dio un último regalo: la posibilidad de morir en su patria. Patria que él mismo ayudó a forjar, no sin dolor.

De a poco, la sociedad argentina está saldando su deuda histórica. No con el apellido, ni con su figura, ni con su legado: sino con la verdad. La deuda es con la verdad. ¿Hasta qué punto estamos dispuestos a tolerar que se tergiverse la historia de nuestro país?

Como argentinos debemos defender la verdad, por sobre la ideología y los partidos políticos para que nunca más quieran torcerla.

Por Francisco Ataliva Roca para Infobae

Compartir.

Dejar un comentario