
La chalana era para el pescador su medio de movilidad para lograr el sustento en el mar. Su eslora estaba entre los cuatro a seis metros, y su fondo era totalmente plano con la popa rectangular llevando sobre el espejo la red para la pesca. Tenía mucha estabilidad, pero como estaba construida con madera Paraná de 12 y 3/4 pulgadas resultaba “fuerte”, pero algo pesada. Las mantenían bien pintaditas y navegaban propulsadas con largos remos amarrados al escálamo (tolete) con tiento de cuero.
Las veíamos construir en el patio de Nuncio Decaro, que tenía como astillero el resguardo y la sombra de un árbol en un piso de tierra apisonada y en la carpintería de Natalio Mangini.
Cuando por primera vez ingresaba al mar se la veía majestuosa, elegante, y coqueteaba, destacándose con su moderno colorido entre todas las que estaban en la costa, que en nada desentonaban. Más claro, se mostraba, desparramando envidia, como una piba recién cumplidos los 15 que empieza a descubrir el mundo.
Era común en los atardeceres, cuando la marea estaba baja, ver a los pecadores empujando la chalana sobre rodillos hasta ganar la orilla para partir en búsqueda de los cardúmenes. Generalmente estaban fondeadas, y eso alegraba a los chicos que llegaban nadando para zambullirse desde ella. El principal anclaje se ubicaba, tomando de referencia, entre las calles Belgrano y Sarmiento
Con el correr del tiempo empezaron a navegar nuevas embarcaciones de madera terciada, aluminio y luego plásticas, con diversos diseños y con motores poderosos. Pero nunca el veterano pescador traicionó abandonando a su experimentada compañera chalana.
La que muchas veces, los días de suave brisa, se transformaba, románticamente, en “yate” con una vela cangreja y un remo de timón.
La que tenía en el “tambucho” de proa, la galleta hojaldre, el salamín, la damajuana con agua, y las líneas para pescar meros y salmones cuando iba de excursión mar adentro.
La que se resistió y le devolvió extremada fidelidad al “patrón” para que no la reemplace con las nuevas tecnologías que incluía el terciado marino y la fibra.
La que cuando regresaba con mucha pesca navegaba clavando la proa, pero demostrando estar orgullosa al transportar tanta carga.
La que, observando, aprendimos a calafatearlas con pabilo y masilla, cuando ayudábamos ablandándola con nuestras pequeñas manos.
La que un día el “alemán” Beltram le agregó a la suya, que era de madera de alerce, una pesada orza y se transformó en velero, navegando con cualquier intensidad de viento, y hasta venció en regatas que se organizaban frente al pueblo.
Y si recurrimos a nuestra buena memoria, nos daremos cuenta de que la chalana dejó de navegar, junto con los sacrificados pescadores artesanales, convirtiéndose ambos en protagonistas históricos de la playa de Madrynense.
Florio y sus hijos “Yaquino” y Pablo, Decaro, Vito del Re con Timinieri, Demonte y Bañul, “Nino” Incorbani, Russo, Los Pira, Tagarelli con sus nietos, “Cacho”, “Chiche” y aunque muy pequeño también colaboraba” Pochi”, y del lado norte del muelle estaban Montini con su hijo “Pepe”, Techi y Vargas. Y disculpen por los qué me olvidé mencionar.
¡…y qué hermosa se veía la costa con los matices que ofrecían las Chalanas!
Fragmento del libro “Nostálgico Puerto Madryn”, de Pancho Sanabra