martes, 20 de mayo de 2025
El rancho “La Carlota”, ubicado en la esquina de Bynon y Alcides Biagetti (Mitre)

El importante comercio con los indígenas les reportaba pingües ganancias a los comerciantes maragatos, los que según varias fuentes sacaban provecho a partir de condiciones de intercambio inequitativas. Más allá de la dificultad para conseguir datos certeros sobre dichas condiciones de intercambio, existen testimonios que confirmarían la obtención de ganancias exorbitantes, originadas en negociaciones abusivas y en métodos no siempre lícitos. Según Alcide d’Orbigny, los indígenas solían traer a Patagones:

“… algunos tejidos, ganados robados a lo lejos, pieles no preparadas y muchas plumas de ñandú o avestruz de América, que luego se envían a Europa para la confección de pinceles; entonces piden, a veces, dinero, y más a menudo, bebidas, pero más a menudo todavía, baratijas o tejidos de colores, para adornarse. Son, en general, engañados por los cristianos que comercian con ellos, lo que contribuye a darles la idea desfavorable que tienen de los mismos”. (1999:473)

Engaños, como los mencionados por el naturalista francés, también fueron denunciados en la década de 1860 por Heuzer y Claraz, y a fines de la misma por el inglés Musters, quien al visitar el establecimiento en 1870, declararía:

“Para estafar a los indios se habían empleado pesas falsas y otras artimañas del comercio; y los almaceneros cobraban también a precios exorbitantes los artículos que les suministraban. Los indios tienen la costumbre de vivaquear en los patios o corrales que hay detrás de los almacenes, donde encienden fogatas y cocinan como en sus tierras, pagando al fin tan caras sus comodidades como en un hotel del West End londinense.” (1991: 399)

Como algunos años después lo reconocería -más allá de su conocida posición contraria a los indígenas- el propio Estanislao Zeballos, al declarar que

“… si por amor a mi Patria no suprimiera algunas páginas negras de la Administración Pública en las Fronteras y de la conducta de muchos comerciantes, se vería que alguno de los feroces alzamientos de los indios, fueron la justa represalia de grandes felonías de los cristianos, que los trataban como a bestias y los robaban como si fueran idiotas…”.

Sin embargo, no se debe creer que los abusos pasaran inadvertidos para los indígenas, por el contrario -como resalta Musters- sus compañeros pampas y tehuelches “estaban muy disgustados por los precios extremadamente bajos que habían obtenido [por] sus plumas y pieles, e insultaban a los traficantes abiertamente como un lote de bribones” (ídem). Pero, entonces cabría preguntarse: ¿si eran conscientes de los abusos de los maragatos, por qué continuaban comerciando con ellos? Para comprenderlo debemos ubicarnos en el contexto de tiempo y lugar. La colonia del río Negro constituía la única plaza comercial en cientos de kilómetros a la redonda en la que podían conseguir algunas mercaderías de ultramar que -en palabras de Foyel- les resultaban “ya casi necesarias”.

A su condición de plaza comercial privilegiada, Patagones sumaba el hecho de ser el centro del reparto de las raciones que otorgaba el Gobierno a varios de los caciques patagónicos. Pero, el sistema imperante para dicho reparto daba igualmente lugar a abusos que provocaban situaciones de igual o mayor inequidad -aún- que las que provenientes del intercambio comercial propiamente dicho. Es nuevamente Musters quien denuncia los vicios intrínsecos de dicho sistema, entre los que señala: los altos costos, las demoras e incumplimiento en la entrega de los bienes contratados, y la corrupción de los funcionarios e intermediarios, como los jefes militares de la frontera, proveedores y pulperos, a causa de los cuales,

“… los indios aprovechan poco, mientras que el gobierno paga una suma considerable y los proveedores y otros agentes se enriquecen; al parecer, se considera al gobierno y a los indios como pichones naturales y legítimos, a los que se puede desplumar por cualquier medio”.

 

Fragmento libro “Chupat-Camwy, Patagonia” de Marcelo Gavirati

 

Compartir.

Dejar un comentario